otoño

otro frío de nunca, otra vez.

La noche viste endiablada y están ardiendo los huesos, congeladas las mejillas.
ya sé- dijo Julio.
los pasos son apurados y no hay nada para hacer más que estar apurado. no espera ningún lugar, al fin y al cabo no importa. siempre estamos yendo.


Julio no llamaba la atención, el sonido de sus zapatos retumbaba a gran velocidad enfrentando a las bajas temperaturas. era uno de esos días en que no existe otra posibilidad que salir a caminar, en los que uno se encuentra enfrente de la vereda de los felices y la calle vacía es el único escenario posible, es el hilo más fino, sí, pero inevitable.
Julio escucho el susurro del vacío, nítidamente.
-qué es esa fuerza invisible que te golpea la cara?
una vez más la mirada perdida y los fantasmas despiertos.
-cuál es tu papel en este tablero de ajedrez?
a la vista parecía más una broma perversa, una lluvia asesina que filtraba la imagen de esa guerra de figuras geométricas.
esa ciudad era como todas y como ninguna, esa soledad que lo obligaba a no querer ver a nadie, de exponer la piel a lo más crudo, a probar un sentir paralizado en un punto crítico, a morir de nuevo para mentir mañana.
-morir y mentir. esta tarde a la mentira le falta valor y a la muerte le sobra maquillaje.


Julio se sentó en el banco de una plaza. una lapicera, un anotador y el puente, la fuga:

"Querida Helene: que más puedo que culparte. que más, si ya no queda nada.
dejaste poner tu nombre en un sillón y una corona, dejaste ser, y fuiste.
ese así tan tuyo, esa ruleta infinita, esa orden callada de enviarme hasta acá a desconfiar del viento y morirme de frío. de saberme sin caminos más que el de culparte de nuevo y decirte que quiero abrazarte hasta que desaparezcas".

Julio se levantó lento y retomo el camino. las cuadras se hicieron pasillo y nuevamente como una primera vez, el mar.
pararse de frente, la bufanda una bandera y dejarse ser lluvia.

ya sé- dijo Julio -pero no quiero jugar más

una mesa de café

esa guitarra era una gata en celo.
el quinto whiskie era una invitación de la casa y la mesa estaba justo donde debía estar.

Julio intentaba reacomodar los hechos. Había sabido dejarse llevar por un incomprensible camino de actos casuales en algo que parecía ser un terreno causal.
Comenzó pensando en su cama, en lo dificil que se hacía el sueño siempre un paso adelante y con tan pocas cosas que pensar. la incomodidad del colchón y el amanecer de la luna a la par, como un comienzo oscuro que no quería presentir.
Pues claro, eran pasadas las dos de la mañana, era martes y era el fin de un día muy largo. En seis horas debería sonar el despertador, el fastidio, la espuma de afeitar, el desayuno apurado, la bocina, la corbata y una nueva mañana. pero no.
la cama seguía incomoda y la luna ya estaba amanecida.
el sonido del teléfono, el descolgar, el silencio, la incertidumbre. las dos de la mañana y ponerse la bufanda y salir a caminar.

El café hubiese pasado desapercibido. pero no. la mujer y su vestido negro entró con apuro y Julio sin saber como entro hechizado. Un señor que dormía de día lo acompañó con su traje barato hasta la mesa para dos al lado de lo que parecía un escenario. la mesa estaba en penumbras y el whiskie era escocés. pero no.
De todas formas la mesa estaba bien, la guitarra parecía una gata en celo y la mujer de vestido negro estaba justo donde Julio podía verla, iluminada por una luz barata, con las piernas cruzadas y acompañada. Pero no.

Julio se sonrió. La mesa era para él y la mesa era para ella. El lugar parecía destinado y el tal James tocaba cada vez mejor, a la par de un whiskie que sabía cada vez mas rico y una imagen cada vez más fuera de si. Todo tan sincronisado que era cuestión de seguir dejandose llevar para terminar acostado con la mujer de vestido negro, que debería llamarse Elizabeth o Julieta o quien sabe pero que sin saberlo acabaría despertandose en la casa de un extraño. Peor no. Un extraño no.
Esa espalda el jamás la había visto, pero la conocía, el guitarrista enmarcaba la noche para ambos sin saberlo pero si.

Julio seguía pensando en los "porque" de la situación, desde su cama hasta la mesa y el whiskie invitado cuando se sucedió tan claramente lo que debía. El acompañante de la mujer de esa noche (la única mujer, tan única entre ese resto) caminó al baño permitiendo que Elizabeth o Julieta o quien sabe juegue a recorrer el salón con la mirada y se pose en Julio, a quién la sombra le pintaba medio rostro y la bufanda escocesa como el whiskie estaba prolijamente doblada sobre la mesa para dos.

y fué mirarse, y fué la incomodidad de la cama a las dos y la comodidad a las cinco. en tres horas en que desfilaron la noche el teléfono el silencio la luna la bufanda el vestido negro como la noche y la luna y el silencio y la guitarra como una gata en celo y una mujer como una gata como una noche y esa mesa para dos desde la que Julio no tubo más que mirar a los ojos a quien dijo ser Laura para decirle cuanto la conocía y cuanto quería conocerla, para que ambos salieran de un bar en el que un hombre nunca saldría del baño y un tal James seguíria citando a Ray y un señor que dormía de día reiría al verlos salir y sentirse participe de la noche. la noche. pero no.

Laura resultó ser más de lo que imaginaba y la cama era tan comoda y los labios rojos.

El despertador sonó previsible y Julio se despertó con el fastidio de siempre, sólo en la cama. Ni un rastro de la mujer de vestido negro, ni siquiera del whiskie ni del humo de la noche anterior.

Tan extrañas habían sido las horas pasadas que hasta comenzó a preocuparse por no saber reconocer entre sueño y realidad. Como unas horas de Dalí, en las que todo pudo haber pasado pero no. El teléfono había sonado realmente o fué el punto exacto de inicio de un sueño tan real que lamió la piel.

Cuando todo parecía una mañana de martes, cuando todo fué una nebulosa, Julio tomó la espuma de afeitar en la ventana espejo y al cerrar vió su cara cansada sonreirse jugando al figura fondo con unos siete números escritos en rouge rojo. pero sí.