Aún recuerdo la primera noche en que soñé con el espejo real, el espejo perfecto. A diferencia de los falsos y corrientes espejos conocidos, éste no invertía nuestra simetría imitando a la perfección cada movimiento, sino que Era el exacto retrato mío en tiempo y forma, casi dividiéndome, casi duplicando mi ser, podía verme exactamente Yo en ese espejo, cada detalle, cada gesto. En otras palabras, cuando yo movía la mano izquierda, mi reflejo movía la mano izquierda. La razón fundamental para que esto sucediese es que el espejo reflejaba mi cuerpo de espaldas, como a unos dos metros del espejo, como una filmación mia desde atrás, como verse en tercera persona. El particular funcionamiento de este espejo, que no dejaba de parecer más que un juego imposible, me llevaba a la más obvia y simbólica y obligada frustración: no podía mirarme a los ojos. Claro que lo intenté, con la máxima velocidad que me permitían las piernas y la cadera, en el sueño giraba y miraba para atrás, pero solo había una pared blanca. Entonces probaba girando al espejo con mi cuello y la mirada velozmente se encontraba con mi nuca y ese doble tan igual a mí pero sin ojos sin mirada sin alma me jugaba una broma siniestra: era yo, ahí estaba, pero no. No se me permitía la mirada, ese portal a uno, esa ventana, no podía saber si yo era yo. Esta situación pudo durar minutos horas o semanas, imposible determinarlo. Me dormí el domingo a eso de las once y eran las ocho del lunes cuando sonó el despertador, tan fuerte y estruendoso que destruyó al espejo.
Por la mañana me divertí pensando en mi noche; había sido como permanecer despierto en un acertijo o un juego de espejos. Me sorprendía la nitidez con que podía (y puedo) reconstruirlo, por lo general toda la nebulosa se iba volando con mi despertar dejándome solo algún vago recuerdo.
El segundo encuentro con el espejo fue unas noches después. Estaba en la misma habitación, la pared blanca, yo (vestido de negro y logré recordar que también en el primer encuentro vestía de ese color), el espejo y la conciencia divina de saber que unas noches antes estaba soñando con eso, pude entender siendo soñado que estaba soñando; ahí estaba yo, mirando una pared blanca y luego un reflejo de espaldas que imitaba cada movimiento de mi cuerpo, lúcidamente. Esta vez, ya obstinadamente atormentado por la conciencia, me sentí atrapado en el espejo, como si fuese yo un reflejo escondido en una habitación imposible entre un espejo y su marco, entre la arena y la pared, imitando los movimientos de un verdadero yo cuando camina, cuando se mira, cuando se ve. Pensarlo de esta forma me dio escalofríos. No podía ser cierto, yo me movía a mi antojo, es cierto que en un espacio ínfimo, pero era yo mismo quien decidía el destino de mis dedos de mis pies de mi vista. Sin embargo sin embargo, quién sabe el porqué de cada movimiento, más aún quién lo sabe en un sueño; y ahora, atento, despierto, escritor, me digo que si realmente sentí eso, si realmente puedo recordarlo, estaba en lo cierto, no tenía la menor idea.
Claramente pude verme ahí, en esa nueva postura, parecía imposible pero empecé a creer: Ese verdadero yo, era en realidad otro yo del que soñaba. Se volvió firme la idea de que era inconscientemente yo quien imitaba los movimientos de ese tras el cristal, sin que me viera, y si me veía yo no lo sabía y debía ser cuando miraba para atrás y en ese caso yo era un reflejo perfecto y sólo por casualidad, alterando a mi antojo los movimientos de mi creador siempre que estaba en mi campo de visión o dejándome alterar por una mano invisible y los mejores actores nunca vistos, los que actúan el guión sin saberlo y todo era una locura sin explicación.
A la mañana siguiente me sentía excitado, sobresaltado por esta nueva experiencia. De alguna u otra forma, sin proponérmelo, había experimentado un sueño lúcido y de lo más extraño, yo mismo era un reflejo, mi propio reflejo, y podía recordarlo.
Hoy me doy cuenta que lo que realmente sentía era una incertidumbre asesina de mis días; las siguientes horas días semanas no podía dejar de pensar en eso. Una y otra vez lo analizaba, para mis adentros, sin comentarlo con nadie, al fin y al cabo era especial para mí pero a los demás podía parecerles una tontería, tal vez no tenía a nadie para contarlo, quizá esa era la causa, quizás yo estaría cuerdo.
No sé cómo explicarles la sensación de esa segunda noche; si pudieran entender que en mi solitaria búsqueda de buscar fue tan clara y mágica entenderían porqué comencé a alterarme en las mañanas en que despertaba como siempre, sin recordar nada. No me valgo más que de estas líneas y son lo más exactas posibles.
Pasaron un par de semanas, mi vida, mi vigilia y mis sueños volvieron a ser como antes.
Intenté con leche tibia y miel, intenté con alguna pastilla y con algún whisky, comencé a dormir más horas, casi no salía de mi casa. Mi vida había sido una desazón total y siendo la primera vez que tenía una señal tan clara de estar cerca de algo, tan cerca de mí, no podía olvidarme fácilmente. Tuve el presentimiento ineludible de que en esa sala estaba la respuesta que estaba buscando y por única vez en mi vida iba a tener el valor de dejar todo por un presentimiento.
En sí, siempre había estado en busca de una experiencia distinta, quizá lo tomen como una locura, una estupidez, pero nunca me convencí por el estilo escuela estudio trabajo familia asado de domingo. Buscaba algo más pero sin salir a buscarlo. Es por eso que cuando esa noche apareció, yo desaparecí.
Me refugié en las sierras, en una casa familiar, a leer algunos libros sobre sueños lúcidos y enigmas y el tercer ojo, filosofía, cabalismo y hermetismo y quién sabe cuántos ismos.
Calculo que nadie se preocupó mucho por mí, ya que los meses que pasé allí fueron en total soledad sin interrupciones al estilo "Julio qué te pasa? tenés que volver a la oficina te van a echar, estás raro".
Me instalé cómodamente en la casa, era antigua y acogedora, conseguí provisiones para un largo tiempo y comencé a escribir en una agenda mi experiencia día a día creyendo que podría ayudarme ver los progresos.
En los libros encontré un mundo desconocido. Primero fue adaptar mis sueños a un aparente contacto con mi Yo superior, una "bajada de información" o una señal, vidas pasadas, un dato importante, el karma. Luego fue comenzar con meditación y ejercicios intentando visualizarme en ese lugar. Nada me contestaba lo que necesitaba, nada me devolvía a la sala, pero me sentía tranquilo, estable rumbo a eso.
Con los días los progresos fueron sorprendentes. Después de algunas semanas de incómodas posiciones y fallidos intentos de concentración, fui percibiendo una tranquilidad única. Comencé a relajarme mejor, a sentirme más, cómo decirlo, suave, sutil. Todas mis horas las dedicaba a mi determinado proyecto.
Aproximadamente a los dos meses ya sentía que podía visualizarme perfectamente vestido como esas noches con el espejo, pude hablar conmigo mismo y hasta dejar la mente en blanco y sentir como si estuviera en la sala viéndome la espalda, esa sensación única de mi brazo izquierdo extendido y ese reflejo haciendo exactamente lo mismo.
Volver a soñar con la sala era cuestión de tiempo.
Si bien nunca supe si lo que encontré fue lo que esperaba, debo admitir que fue más que interesante el camino por el que me llevó la pared el espejo y mi brazo izquierdo. Con el tiempo aprendí a no sufrir mi soledad, aprendí a aprender de ella. Disfrutaba cada mañana y por sobre todo ese segundo antes de dormirme. Los intentos de meditación me dejaban tranquilo, sereno, en paz. Aprendí a llevarme conmigo, a llevarme puesto, a sacar de mi cajón de verdades las que creía reales y descarté las que ya no necesitaba.
Ya consciente de esto, ya en armonía, ya libre, un tormentoso día en ayunas de agosto me llevó a una noche en que me dispuse a realizar un ejercicio mientras afuera llovía como nunca. Ahí estaba yo, Julio, ese solitario y depresivo, mirándose en un espejo con la luz de las velas, mirándose a los ojos a la frente a ninguna parte: era otra persona, tal vez más relajada, tal vez más iluminada.
Luego de unos cuarenta minutos de viaje extrañísimo e imposible de describir, me recosté en el piso y cerré los ojos. Intenté visualizar a uno de esos millones de puntos que bailan en la oscuridad de los ojos cerrados. Me posé en uno en particular, me concentré. Al cabo de unos minutos estaba yo dormido, de nuevo en la sala en que todo comenzó. Sí, yo, Julio C. Pollet, vestido de negro, mirando la nuca de otro Julio C. Pollet, quizá el verdadero o el falso o el mismo. Comprobé que se movía a mi antojo sin pensar mucho mis movimientos. Esta vez disfruté de la estadía, inspeccioné toda la sala, las paredes blancas y el espejo, el suelo negro, recién hoy reparaba en el suelo y era negro, como la noche como el espacio. Me acerqué al espejo, Julioreflejo se alejó los mismos tres pasos, golpeé el cristal suavemente mientras ahí a tres pasos hacía bailar mi puño en el aire, como un maniquí o una marioneta sin hilos.
En mis días en la casa de la sierra había llegado a la conclusión de que lo que yo buscaba saber, lo había interpretado siempre con un pequeño conjunto de preguntas: qué, quién, cuándo, cómo, dónde, por qué. Sin embargo llegué a creer que justamente por eso no daba en la respuesta, seguramente la pregunta que yo necesitaba hacer no existía. Eso me había llevado varias páginas de mi agenda, con símbolos y líneas y signos de interrogación y nada en particular.
Al momento de recordar esto en la sala del espejo perfecto, tuve la necesidad de no hablar, de no emitir sonido, pero me fue inevitable acercarme, apoyar mis meñiques en el espejo y mi boca casi tocando el cristal y los dedos en mi cara y en secreto pronunciar(me):
_todo, vos, ahora, como debe ser, acá, porqué tiene que ser así, porque te amo, porque no somos nada.
Casi puedo afirmar que ni siquiera usé el mismo idioma para cada palabra, ni siquiera para cada letra, fue una frase acentuada en todas partes, como una clave.
Al instante fue un instante: yo, ahí del otro lado, el lado b, me di vuelta, me ví, por primera vez me ví, ví mis ojos universo, ví mis ojos todo, ví mis ojos materia inservible, ojos inevitable, ojos dios, ojos luz.
Atrapado como el primer día, pude ver a un Julio que se iba de su cárcel regalándome una mirada, se iba sin más, libre de mí mismo. Me quedé solo en la habitación viendo pasar el tiempo hasta que desperté.
Era una mañana de martes, afuera estaba la sierra y el pasto y las flores. Todo era amarillo campo y hasta el cantar de los pájaros era más normal que de costumbre.
Si tuviese que utilizar sólo una palabra para describir lo que sentía era paz.
No me quedaba claro ni el porqué de esa noche, ni lo que encontré; todo era confuso, hasta mi actuar en la sala y mi yo en esa casa. Pero estaba en paz; a la respuesta no la podía describir pero la sentía.
Tantos años quise ver para creer. Luego aprendí que necesitaba creer para ver. Después fue la crisis, no sabía en qué creer. Pero llegó ese espejo, llegué mi, llegué dentro.
Hoy martes siete de agosto de dos mil uno, son las tres de la tarde. Esta es mi última página de agenda, y quiero que sirva para dejar fiel testimonio de mi felicidad, de mi experiencia y fundamentalmente de esta extraña situación, en que escribo mis memorias y levanto la vista y veo, en el espejo del living de esta antigua casa, a Julio C. Pollet de espaldas, yéndose, dejándome solo con un pedazo circular de vidrio de arena vacío, dejándome en ningún lugar y en absolutamente todos al mismo tiempo.
oh! acabo de reflejarme en el espejo de mí misma...acabo de reconocer ciertos signos...que se me habían pasado por unos cuantos días.
ResponderEliminarsoñé
que
soñaba
soñaba
mi
sueño
delotroladodelespejo*
genial, me preturbó un poco... hasta soné con un hombre de espaldas en un espejo... le pongo fichas a sebas escritor.
ResponderEliminarTodas.
preturbó es perturbó... ja!
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