Recorrido 3. El laberinto (Parte I)

El laberinto me abre sus puertas. Allí las veo, por donde se cuela la luz de la calle y el ruido. Respiro profundo y me mezclo entre el resto, muchedumbre amontonada contra esa puerta de luz que nos asfixia, aprieta y escupe a la calle.
Una vez fuera, reacomodo la mochila y el aura. Como en otro escenario, quedo paralizado mirando las caras apuradas, preocupadas, grises. Por un segundo dudo que esa situación sea real. Luego sonrío por mi ocurrencia: qué sentido tendría saberlo si justamente es lo que decidí buscar.
Camino rumbo a la Plaza San Martín. En el corto recorrido me cruzo con especímenes propios de la magnitud de la ciudad, vendedores ambulantes con bolsos enormes, yupis con corbatas aún más enormes y policías vestidos de policías. En la esquina un stencil me llama la atención, en violeta pálido susurraba: cuando te perdés no me encuentro.

Cuando me senté en el banco de plaza seguía pensando en la frase de la esquina. Justamente en una esquina, porque podía ser a mitad de cuadra pero no, lo vi en la esquina y las esquinas tienen algo, como de lugar de encuentro o de primer beso o de cruce y que algo puede pasar porque las posibilidades se multiplican. El violeta pálido y la frase me hacían pensar en una chica, movida por el ácido del desencuentro o desamor, siempre "des" porque en el completo no hay reclamo y el stencil claramente era un reclamo, al menos grito desconsolado o de último recurso: cuando te perdés. A ella no le gusta que él (o ella) se pierda. No le gusta porque encuentra en el otro su encuentro. Esa unión de dos seres, combinación única e irrepetible entre los seres del planeta, le permite encontrarse. Si uno se pierde, el otro también. No es joda. Pienso en la chica cortando letra por letra una radiografía, pidiéndole al ferretero una lata de aerosol violeta, violeta pálido. Después, mientras él (o ella) está perdido seguramente en una esquina, ella sola, de noche en el laberinto se decide a apretar el pico del aerosol en Alem y Belgrano. En medio de una Buenos Aires furiosa ella confiesa sentir.

El sol en la cara me despabila. Hace unos cuarenta minutos que entré en el laberinto y me perdí en la historia de otros seres que ni conozco, o que quizá ni existen y son solo artilugios de la ciudad que me distrae y absorbe. Regresa a mi la afirmación de que no tengo la menor idea qué estoy haciendo en Buenos Aires. Sin embargo, tengo la sensación de que voy hacia algún lugar. Ya autoconvencido de un ir asegurado, juego unos segundos con los efectos de la vista que me produce el sol en los ojos. Veo lucecitas alredededor, seguramente sean efectos visuales pero quiero pensar que son vestigios de una realidad alterna de otro espaciotiempo. Sé que en esos momentos bordeo la cordura, pensamiento que seguramente es producto de la fotosíntesis y ese sol que me pega en la cara y me pone a pensar de dónde provienen las cosas. En ese momento pasan dos linyeras caminando con un carrito de supermercado repleto de frazadas. El más alto de ellos, descalzo, de saco y camisa violeta pálido le comenta al otro: ¿escuchastes alguna vez sobre la logia de los vagabundos?
No puede ser, pienso. Los sigo.

como a la par

Conozco a una mujer que cuando mira al mar, lo reinventa.
La veo caminar decidida, como si supiera donde va. De pronto se detiene, respira hondo, profundo, lejano. Sé que en ese momento ella es el horizonte, está recostada sobre la furia del océano. Lo apacigua, lo adormece. Ella también lo sabe, pero de una manera distante, como una respuesta sin palabras.
Esa mujer que conozco, retoma la marcha sabiéndose fragmentada. Ella sabe y yo sé, que una parte de su ser sigue en el horizonte, siguiéndola a la par desde el mar, revoloteando cerca, libre, sin líneas.
Ella camina mientras sus aros de madera juegan a ser viento. Ella camina lento desenredando el ovillo, frenando el trompo, de par al mar.
Sé por sus ojos que su norte es el sur. Sé por sus manos que su cielo es la tierra.
La veo acercarse, frenarse frente a mi. Con gracia se muerde el labio inferior mientras el sol resalta las pecas en sus mejillas.
Me levanto, la abrazo. Ella solo dice Hola. Hola, me dice y se ríe porque señalo el mar y su nombre termina justo ahí, donde empieza todo, en su cuerpo recostado en el horizonte.
Sin decir nada nos sentamos en la arena, sin decir nada discutimos la revolución, el misticismo, la química espiritual. Mi mente construye castillos que ella derriba en la arena, como tomando mis cables para atarlos a la raíz de un árbol. Me gusta que haga eso, porque desde la raíz tengo acceso a sus raíces, y en algunos instantes me permito desatar algún nudo para que un globo huya y se funda en el cielo.
Ella sabe de contrastes. Yo sé que sabe. Pero en ese tema no entramos, no hace falta. Simplemente seguimos en silencio como a la par, como después de un beso. Ella señala el mar. Hola, me dice, y vuelve a reír.

espejismos


miro por el cristal
veo el misterio

(un tesoro perdido en sí mismo)

el secreto de una isla sin mar

viento pirata del cielo

grito en la oscuridad

intenta borrar las marcas

cicatrices de arena y de sal

pero sobreviven los símbolos

(mientras)
el agua escribe en cursiva



*dejo el cristal en la arena, el desierto se apropia de mi: náufrago en las marcas de un tesoro perdido.

Recorrido 2. De sueños y trenes

Llegué al tren unos cortos minutos antes de que comenzara a moverse. Todavía algo aturdido, me senté de cara a la ventanilla y me dejé hipnotizar por el sonido de vías y rieles.
Todo el cansancio apareció de golpe. Con él llegaron las preguntas. ¿cómo? ¿por qué? ¿qué estoy haciendo?.
Entre la locura, los sueños y la vigilia había tomado decisiones apresuradas, como elegidas por una mano invisible que ya sabía lo que tenía que hacer. La cuestión ahora es entender de donde apareció esa mano o a donde me quiere llevar. Tengo el presentimiento de que tengo que resolver ese acertijo antes de estar ahí. Pero ahí no tiene nombre ni cara. O sí, pero no ahora. Ese no saber y dejarme llevar son una combinación peligrosa, mucho más sumadas a las coincidencias y fábulas cotidianas. Y la mano y los rieles y los sueños.
El pensamiento se apoderó de mis fuerzas tomando rumbos claros, la obligación de pensar, de responder, la chica y los colectivos, las decisiones que me pusieron en este tren casi tan solo como en el destino, donde nadie me espera ni sabe de mi, donde no espero que nadie me espere. En el destino no espero a nadie, solo el destino me espera casi elocuente, con su cara más gris y un reloj de arena que cuenta grano a grano seis horas interminables, donde el pensamiento se hace dueño de un estado de ensueño y frío y esa mano que me obliga a pensar en esa mano, en mis fábulas y el destino es Retiro y esa cara gris se llama Retiro. Destino y Retiro y mis fábulas juegan ahora con las palabras y el paisaje repetido me adormece y esa mano se hace sueño. Un segundo antes de caer rendido al teatro pestañas dentro, recuerdo una última frase casi lúcida: ahí será más fácil de oír.
Ese estado de sueños ciertamente en sus amplias y casi infinitas posibilidades, podría decir libertinaje inconsciente, posee la capacidad de decirme todo al mismo tiempo y de todas las formas, hasta sin decirme. En el momento en que propongo esto, me creo despierto y el juego comienza nuevamente. Veo fichas. Veo fichas dispuestas paralelas en una ruta infinita, verticalmente consecutivas donde soy tácito, simple observador. Cada ficha es igual a las otras y sin embargo me dicen cosas distintas. Me transmiten escenas de mis días, detalles, recuerdos. La mochila, el portazo, la psicosis, la mirada, las manchas de pintura, el taxi. Las veo, a todas las veo al mismo tiempo, como una muerte temprana, suerte de filología de mi propia historia veo a la mano divina dibujar instantes. La mano es mía y ahora derriba la primera ficha y una vez más vuelo sin ojos detrás de un efecto dominó, una ola interminable de ondas infinitas y el viento y la temperatura. Sigo detrás de cada ficha cayendo, siempre detrás y esa mano ahora tira de las cuerdas y un yo marioneta corre cada vez más rápido tratando de anticiparse a lo que viene, desatándose del tiempo y la distancia. Ahora la ficha siguiente es el tren, y el ensueño y el buscar la explicación a la serie incompleta, lógica incomprendida que me lleva a seguir persiguiendo escenas a un ritmo intolerable, que ahora me llevan a un túnel y la velocidad imprecisa en la oscuridad me pierde me aturde me afiebra. Veo la salida, el fin de las cuerdas, el nombre de la mano, casi estoy ahí. Sin embargo entender y comprender son cosas distintas. Una vez más esa sutileza del azar en decir basta justo un segundo antes. Plaf.
Un brazo en ángulo recto ejerce una fuerza descendente y el sonido de una bocina se mezcla con la fricción del tren frenando sobre los rieles oxidados.
El reloj de arena dijo basta. Nuevamente lo doy vuelta. Hola Buenos Aires.