Julio era un solitario.
Pese a verse en compañía habitualmente, él se sabía un entendedor de la soledad. de disfrutar sus aristas y sus artistas en grandes períodos a solas.
podía notarse en la mirada, un ser ocúlto, tácito, que no era otro que él mismo en otra parte. siempre, a todo momento, una parte de sí estaba flotando, durmiendo o volando a la par en los sucios estantes de su nebulosa.
sus pares también lo sabían un ser un tanto extraño, de desaparecer sin avisar, de mirar detenidamente las cosas, de suspirar seguido.
sin embargo, Julio no se extrañaba de sus actitudes ni mucho menos cuestionaba su razón sin razones, esa de ser, naturalmente, un hábil entendedor de los vientos, fiel escucha del agradable sonido del silencio. El silencio. Dulce paradoja para Julio era el silencio, tan vacío y tan cargado era, para él, la mejor metáfora, el punto de inflección de las respuestas que no necesitan de palabras, el libro de los entendidos.
cada uno de sus allegados sentía curiosidad por el perder de la mirada de Julio, por sus ratos y manías. Ciertas veces se sorprendían a sí mismos, estando sólos en sus casas, pensativos y movilizados, casí pudiendo afirmar que sentían la presencia de Julio. Se sonreían y continuaban en silencio, disfrutando de la tranquilidad.
cierta tarde, el grupo de amigos coincidió en una charla de café con que más seguido disfrutaban de esos ratos de soledad, y se sorprendieron al coincidir también en que no se sentían sólos. Afirmaron extrañados que en esos instantes era como si una parte de Julio estaba ahí, con ellos, tan a su lado que no podían describir si era adentro de uno mismo o en todas partes, pero ahí, iluminando los paisajes más remotos con su mirada perdida, la mirada de Julio, un solitario.
me gusta mucho la mirada de Julio*
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