Recorrido 0. Desfragmentación

Existen personas que en la vida diaria hacen de la subjetividad una trágica obra de arte utilizando las palabras de una manera digamos especial. Digamos digamos.
Estos seres, a veces sin saberlo, transforman un simple pedido en una orden, un comentario en un juicio, un halago en un insulto. La elección de cada vocablo, la pausa entre palabra y palabra, la acentuación, las manos, las cejas, un guiño. El ser se transforma en la frase en la opinión en la manipulación, desde la palabra, de la situación completa.
Una característica fundamental que suma a esta observación, es la sutileza casi etérea (perdón el termino) en que cada opinión se encuentra envuelta. Unas pocas palabras al aire, traspasan los oídos como un suspiro, dandelion, palabras inmateriales voladas como el aire mismo, una pequeña vibración. Adentro, la catástrofe. El receptor, a veces también sin saberlo, es víctima entonces de un caballodetroya vestido de sílabas. Por lo general, en un primer término, la víctima se convierte en el dueño de la responsabilidad de responder. Esta respuesta debe ser elegida con sumo cuidado previniendo las posibilidades de lo que puede sucederse inmediatamente después. Quizá puede llegar una pregunta, quizá el silencio. Pero el caballo está dentro, nueva información cargada y recargada de subjetivo juicio, qué más da positivo o negativo. Son palabras y todo lo que conllevan.
Hay cierto tipo de consultas o cuestionamientos que son especialmente complejos: los de afirmación o negación. Una persona pone a otra en el banquillo cotidiano de obligarlo a decidir entre los dos polos, o uno o el otro. Esto genera automáticamente reacciones múltiples en el receptor, que rápidamente debe responder, en algunos casos hasta fundamentar, a la cuestión en sí. La obligación tácita de responder, de emitir aunque sea al monosilábico y tajante adverbio de negación, se torna en muchos casos insoportable, lo que puede llevar a cualquier individuo a la desesperación y/o locura ante la pregunta más ínfima.
Estos seres hábiles en retóricas de sobremesa, conocen de su capacidad. Si bien dijimos que en algunos casos lo hacen inconscientemente, saben observar el resultado de sus frases, cuando no de sus opiniones. Receptores acorralados se disfrazan de opinólogos y se enredan entre palabras, tiempos verbales, a veces con nombres de filósofos o el recorrido del 62.
La gama es amplia. Las palabras todo lo pueden, si no lo pueden lo inventan, si no lo inventan existe. Esta existencia genera un perverso deseo en la mente de los manipuladores. Ellos ávidos en el uso de la palabra, suelen admirar la naturalidad transformándose en búsqueda desesperada de un distraído cualquiera. Llega la pregunta, un comentario abre la puerta correspondiendo a la conversación, luego más signos de interrogación hasta que en un quinto round quién se interesó en un primer momento en una cuestión que parecía banal, se encuentra atado entre las leyes de la conversación, obligatoriamente debe responder siendo observado por un interrogador sabueso sediento de gestos y originalidad. Una gota de sudor, dos manos que se encuentran, un vaso con agua. El sabueso intenta ver a su amo en esas acciones. Ve a otro ser caminando sobre lo que siente que quiere/debe contestar, con escasas herramientas buscando en el mundo infinito de lo desconocido la palabra correcta que corte con la conversación. El sabueso no sabe de buscar en el espacio, es un perfecto mecánico de silogismos y frases de buen ritmo y entonación, de pausas y miradas que sugestionan, sabiéndose incapaz de acceder al arte del silencio real, de la sorpresa infantil de ver una hoja a trasluz, de la tontería de maravillarse con lo más ingenuo.
Estas características de la interpretación de los manipuladores, no son otra cosa que una cadena de la cadena de la evolución de denominar las cosas por su nombre, de hacerlas desaparecer en su aparición, de "esto no es una pipa".
En definitiva, esto no es una frase. Esto es en sí mismo, una contradicción: el desvelamiento de algo que desaparece al levantar el telón, justamente por crear el telón. Esto es el arte de borrar con el lápiz y el silencio, de un juicio cotidiano y público dónde el juez y el acusado buscan lo mismo de dos maneras absolutamente distintas. El saber y el sentir se miran a los ojos, en una causa donde la palabra es la firme prueba de lo no es, pues a veces se torna improductivo el uso de letras para ciertas cuestiones, ya lo dijo Magritte, que seguramente ni siquiera sabía por donde para el 62. Menos mal que yo si. Me subo.

1 comentario:

  1. por eso a veces es mejor guardar las palabras en un bolso cruzado en bandolera, hacer silencio,y salir.
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    cielo*
    (y se me fue el 62!)

    mil besos*

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