Recorrido 1. Imaginario cotidiano

Me gusta que quedes quieta en mi plano visual mientras el fondo cambia constantemente.
Me gusta que no sepas que te estoy viendo, entonces te dejas llevar por los gestos reales que te marca la piel y veo esas caras que nunca vi.
A decir verdad es la primera vez que te veo, pero vos entenderás que es como de toda la vida. Quizá nos conocimos en una vida pasada, me gustaría saber si vos crees en esas cosas. Me gustaría saber también que música vas escuchando y transformarme en ella, que entra por los oídos y lentamente se desliza por tu mejilla, baja por tu cuello para subir al saquito azul que sirve de puente desde el hombro hasta la muñeca, ahí en la música se baja y toma control de tu dedo índice que se mueve como aceptando un ritmo parejo y divertido. Ahh la música, sin hablarte sé a donde te debe llevar, igual que el cine, igual que un libro a la noche. Sé también que te darías cuenta que a mi me lleva al mismo sitio y no te haría falta preguntármelo, porque ambos lo vemos en nuestros ojos aunque no me mires aún, vos estás en trance con la mirada en los árboles, yo en los árboles reflejos de tu mirada.
Debo admitir que me incomodan un poco las señoras que se cruzan entre vos y mi imagen de vos. Digo señoras para englobar al público en general sabés, porque precisamente en este colectivo hay personas de toda clase, edad y partido político, pero son precisamente las señoras con carteras y bolsas con pasta frola las que me hacen perder el juicio de lo que estoy viendo. Me molesta un poco cómo me miran, como asustadas por el solo hecho de llevar una mochila grande. No voy a explicarles que me voy a tomar un tren a Buenos Aires, pero se los gritaría en la cara para que dejen de chistar y simplemente me pidan permiso cuando tienen que pasar al lado mío. Me encantaría dejar de usar el verbo condicional y tratarte de vos a la cara, contarte estas cosas, jugar a dejar caer la mochila y contar los bufidos o simplemente adivinar que personas que nos rodean gustan de los caramelos media hora, cuales toman mate amargo o a quienes no les gusta planchar.
Vos seguís ahí perdida mirando al sol, sin percatarte como yo de tu dedo índice que casi con vida propia deja de marcar el hi hat para correr ese rulo castaño que te hace cosquillas en los ojos, suavemente lo acomoda tras las orejas y el sol te pega en la mejilla. El dedo vuelve a su lugar inicial, el rulo hace lo mismo, tu mirada nunca se fue. Tu mirada esta ahí, perdida entre casas o historias o recuerdos. Me gustaría saber que está pasando ahí detrás de tus ojos, jugar a la imaginación.
De pronto la mano de dios en su metafísica cotidiana se hace presente: Una señora le comenta a su voluptuosa amiga que no se tiene que guardar las cosas, "el tren pasa una vez sola querida, mirala sino a la Esther que se quedo sin el pan y sin la torta". En ese instante un señor de mirada cansada y ropa con pintura se levanta a tu derecha dejando el lugar libre, casi con mi nombre.
Me paro. Me siento. Te miro.
_Hola
_Hola. Y el sonido de esas cuatro letras, digo cuatro porque cada una fue eterna y la H fue precisamente la más sonora, fue una máquina del tiempo. Te diste cuenta. Mis rasgos y mi barba seguían alrededor de mis veintitrés años, pero las manos y la voz se fueron de golpe a unos seis y un brillo de tus ojos desde lejos me dijo ya lo sé, no me importa, me gusta.
Luego de ese entendimiento, la conexión fue inevitable. Conversamos fluidamente y me tomaste la mano. Recuerdo que en una esquina, casi llegando al mar, el colectivo estaba vacío. Recuerdo que ni siquiera nos sorprendimos de que no había ni pasajeros ni conductor y ni vendedores ambulantes. Ni siquiera nos percatamos de que el colectivo estaba volando sobre el mar. Nos mirábamos a los ojos. Te miraba, me mirabas. No éramos ya dos. Éramos algo, infinito, universal, un ente telepático que no necesitaba ya acercarse porque no existía la distancia, mucho menos el tiempo.
Nos besamos. Sonreímos. Fuimos un momento sin nombre.
Pero claro, si los momentos sin tiempo no son para esta dimensión qué puedo esperar para el recorrido del 62.
Abrí los ojos. Tu lugar lo ocupaba la señora amiga de la Esther. Vos te habrás bajado un par de cuadras atrás, no muchas. Yo en estas nubes de colores perdí la noción del espacio. Me pasé. Perdí el tren, una vez más.
Debo admitir que me quede con ganas de saber tu nombre o al menos de escuchar tu voz. Me quedo con tu índice haciendo volar al colectivo sobre el mar, me quedo en tu música y me deslizo por tu mejilla, por tu saquito azul desde el hombro hasta la muñeca y me bajo.
_Dónde estoy??? Taxi!

4 comentarios:

  1. será que en otra vida también fuimos amigos?

    beso*

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  2. la stelaaaaaaa y demetrius


    nanana....
    me gusto,
    capaz,quien sabe.... beso!

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  3. Uffff... y yo creo en estas cosas jajajja...
    que dulce lo cuentas!

    Más besos abisales

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