Recorrido 3. El laberinto (Parte II)

Los linyeras me pasearon por todo el microcentro. Los seguí por plena calle Florida a la hora en que las corbatas salen de sus cajas y se sientan frente a una hamburguesa con queso. El sol pegaba vertical y los vagabundos iban unos tres metros delante mío, hablando en su mundo sin tiempo y olor a humedad. Yo quería escuchar su conversación pero sin levantar sospechas. Los seguía despacio, incómodamente despacio. Con el cansancio y el apuro de los yuppis volvió a mi el calor y la mochila y la incertidumbre. ¿Qué hago en medio de Buenos Aires caminando a paso de hormiga siguiendo a dos linyeras?. Tres hormigas lentas en medio del hormiguero. Hormiguero de asfalto, bocinas y terrazas. Hormigas de traje y corbata, hormigas con celular y hamburguesas con queso. No sé si el calor, no sé si el cansancio; mi mente viajaba en delirios interminables, de cajas y corbatas, de transformaciones en detective, hormiga o linyera. El paso se hacía insoportable, mis pies avanzaban por sí solos, casi sin avanzar. Sentí una incómoda domesticación, un esfuerzo a la resistencia sin ninguna razón clara. Recordé con ironía la transformación de Daniel Quinn en la Ciudad de Cristal de Auster. Ahora era Quinn, caminando por Buenos Aires completamente adormecido por el sauna de hormigón. Recuerdo que les escuchaba frases perdidas, que la logia es subterránea, que aprender a manipular el frío, que la observación sin límites. Por fin doblaron. Entre espejismos mentales presentía que ellos habían notado mi presencia, que me tenían hipnotizado en un ritmo pendular de tortuga, insoportable ritmo de carrito de supermercado y olor nauseabundo. Realmente me sentía raro, podría decirse invisible o como un tácito de una oración fantástica. De pronto pararon en seco, el hombre del carrito se quedo inmóvil. El otro se dio vuelta y me miró a los ojos. Me penetró con su mirada desde un lugar oculto, lejano. Mis ojos vencidos vieron que se movían los labios suavemente en una camara lenta que adormecía. El parpadeo se convirtió en un leve zumbido que se fue apagando lentamente. Creo que llegué a escuchar algo así como la curiosidad es fundamental en la condición humana justo antes de caer desplomado en la calle.


No sé cuanto hace que estoy en este lugar jugando con este anotador, este anotador rojo. Juraría que mi día había sido color violeta pero ahora es rojo. Jodido Auster, jodida suerte. Lo cierto es que no siento miedo, tal vez sí inquietud, una inquietud roja casi maravillosa o inentendida. Hace unos veinte minutos que entre cientos de vagabundos y tachos y fuego un señor de barba infinita me dijo bienvenido. No puedo creer lo que estoy viendo, anotador decime que estoy soñando.

3 comentarios:

  1. La naturalidad de la domesticación, bienvenido.
    Y ya lo dijo un genio, cuando estás en la calle es cuando te das cuenta que todo tiene dueño.

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  2. Yo suelo decir "la curiosidad mató al gato..." pero es porq tengo una siamesa muyyy curiosa; por otro lado, yo hubiese hecho lo mismo; por algo estudié periodismo, porque mi curiosidad e intriga son grandes!

    Qué buen relato, sentí estar siguiendo a los linyeras y sentí ver tu anotador rojo; pero eso es porque visualizo mucho todo!

    Me gusta mucho este lugar, qué suerte haberte encontrado!

    Un beso o 2 !

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  3. y quién es Quinn,en realidad?
    y quién Stillmann?
    y quién Pollet?

    y no espere nada de los cuadernos rojos, su característica es la de no revelar secretos...al jodido Auster le pasó...hasta que se volvió invisible.es usted invisible?


    mil besos*

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