Existe en mi pueblo una diagonal, una diagonal corta, de unos cien metros que desemboca en una ochava donde duerme de día un pequeño bar, pero es esta diagonal especial por ser la única entre tantas paralelas y perpendiculares, grises rectas diagramadas que dan una imagen estructurada y ordenada al plano urbano de mi pueblo.
la diagonal de la que hablo no se destaca por sus construcciones imponentes, ni vive allí un famoso y mucho menos es de las calles que se disfrazan de festejo en navidad.
Sin embargo esta diagonal merece estas líneas porque es simple. Es dueña de una simpleza muy particular, de casas que pasan desapercibidas y de árboles casi igual al resto; pero para el que se detiene a mirar, con ganas y con respeto, puede ver el regalo de este extraño pasaje escondido a la vista de todos.
Dicen los rumores, que existe algo mágico en lo tranquilo de la callejuela, donde unos pocos afortunados, alertamente distraidos, son hipnotizados por el bailar coreográfico de los sauces y son llevados de las narices hacia alguna de las casas; siempre una distinta. (de hecho en las historias llegaron a numerarse más de mil casas lo cual se torna extraño ya que sólo habitan doce casas en los infinitos cien metros de la diagonal, igual no me detendré en esta característica ya que merece y tiene una historia aparte).
Cualquier ser racional o de maletín y corbata podría decir que nada tiene de mágico la invitación de los sauces, que cualquiera con un poco de imaginación o locura podría ir por la vida golpeando puertas e inventando historias. No daré crédito a estos insultos ya que creo rotundamente en el juego de la diagonal, no después de saber lo que sucede al ser elegido por ella, al pasar la puerta de alguna de las casas.
Los rumores cuentan que espera allí una anciana de aspecto amigable, que se sabe tu nombre y que te ofrece una taza de té pidiendote silencio y paciencia. No se sabe a ciencia cierta el contenido del té, pero se dice que al beberlo, uno se siente sumamente reconfortado, es como una suma de buenos momentos, de los mejores recuerdos en forma de sensación, un calor por dentro, un suspiro del alma.
La anciana luego pronuncia tres palabras secretas, personales a cada persona, que al pronunciarlas nos hagan acordar de ese instante, tal vez no sentirlo en su magnitud, pero recordar que por un instante fuimos felices, que es posible serlo y el secreto está en colmar las horas con momentos de esos que serán recuerdos gratos.
Momentos después los elegidos aparecen sentados en el cordón, un tanto confundidos y conmocionados. Se van caminando callados intentando acomodar los sucesos de las horas anteriores. Sin embargo, nunca están seguros, (eso dicen los rumores) de lo que les sucedió, pero deciden nunca más vuelven a pasar por la diagonal. No sé si será porque se sienten temerosos y tímidos a sentir algo tan fuerte, o que entendieron el mensaje y tienen tres palabras que los hace sentir bien estén donde estén.
Más allá de todas las historias, sus confusas contradicciones y tramos en blanco, sigo creyendo en los poderes de la diagonal. De alguna manera que puedo hacer yo, más que creer, si no soy más que un soñador que busca tres palabras que le cambien los días, que no soy más que una corbata y un maletín tomando la segunda medida de Jonnhie Walker etiqueta negra en el vaso más cuadrado del bar. Un bar ubicado en una ochava, límite de la única diagonal de mi pueblo, una diagonal común y corriente.
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