tan afortunado el imperceptible espectador del otoño en el bosque. el crujir de las hojas, el intrépido paso del sol más tranquilo entre los árboles, maravillas.
maravillas que dicen cosas, que transmiten su sabiduria, que dejan a libros llorando de envidia solo con el nacimiento de una nueva hoja. lento caminar custodiado por amigos, por tu sangre, por cada uno de esos centinelas de lo puro y lo real, las máquinas de aire, lo sabio de la savia, el dar sin reclamo.
pobres los ciegos, los carentes de esa pequeña cuota de sensibilidad que te permite ser feliz con tan poco, o quizá tanto para otros.
paradoja de las persepectivas, de lo imperceptible o lo fundamental mirando exactamente lo mismo. los polos del contexto convertidos en sensación, manos muertas o manos libres.
serán algún día también los que sepan seguir disfrutando del momento aún tiempo después, encerrados entre cuatro paredes y mirando las hojas enredarse en los muros, calculando la distancia en tiempo, con un bosque a cuarenta minutos.
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