la niebla y el campo

acostado en el pasto, en un campo infinito a la orilla de la ruta.


desde la perspectiva privilegiada o la cama interminable eran transmisores, conectores, eran parte del paisaje.

como niños con los ojos cerrados al sol, contando historias, viendo al tiempo pasar entre brisas de aire cálido, entre nubes y algodón.

las manos más cercanas jugaban a quererse, a encontrarse y a perderse. nada hacía falta. era tiempo y espacio. tan distinto al resto. era tiempo y espacio.


así como suavemente, así como debía pasar, algo se transmitió de él a ella o de ella a él, o por ellos o para ellos.
fué cosquilleo de una verdad tan pura, amor universal, como un pellizco de lo invisible a lo tangible, de dos espíritus a la carne, un grito de ese campo infinito y ese cielo transparente a cuatro ojos nuevos, recién nacidos.

entendieron sin saber mucho como, que debían adoptar un papel, en ellos estaba decidir entender la reponsabilidad, ser protagonistas o espectadores, aplicar ese momento en todos los momentos.

la tarde calló y con ella el domingo, la ciudad a una hora de viaje y la ruta estaba en su mayor tránsito.(que dificil volver al mundo, al mundo?)

el colectivo estaba lleno, la gente dormida después de un fin de semana de calor turístico. un silencio colmado del ruido del motor, sonido de ruta casi hipnótico de no ser por alguna risa por lo bajo de los jovenes del fondo.

en lo oscuro y en el silencio seguían de la mano, seguían tal vez en el campo o simplemente ahí estaban. se pusieron un auricular cada uno para dejar que la música al azar, milagro del viento, se hiciera de ellos.

en el momento de vaivén, de oidos entornados la batería casi muerta apago al reproductor.
se despertaron del ensueño de golpe y volvieron a prenderlo, tan sólo duraría prendido como mucho como para una canción, así que decidieron elegir la que más les gustaba.
la escucharon más despiertos, la disfrutaron como nunca pero con la certeza de que se frenaría de golpe, de alguna manera eso les dijo el campo, eso les dijo el cielo. abrir los ojos y entender que la batería se consumiría y aún con la posibilidad de recargarla y cambiar mil canciones, era el momento de disfrutar más que nunca esa canción, que tanto los conectaba, era el momento de disfrutar más que nunca sus días, porque ni mil años ni mil vidas ni mil tardes serían sin esa tarde acostados en la nada.

las manos se apretaron tan juntas, la niebla bajaba a dormir al campo

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